EL PUEBLO DONDE LA NAVIDAD DURA TODO EL AÑO

Cuando el aroma del copal se disipa y las velas del Día de Muertos comienzan a consumirse, en México algo hermoso sucede: del recuerdo surge la esperanza. Las flores de cempasúchil se marchitan, pero su color parece transformarse en destellos de luz, en pequeños reflejos de alegría que anuncian el fin del año y el comienzo de una nueva ilusión. En ese preciso instante, Tlalpujahua, un pequeño pueblo michoacano escondido entre montañas, empieza a brillar.

En Tlalpujahua, el arte y la fe se funden en cristal. Aquí nacen las famosas esferas navideñas, esas joyas de vidrio soplado que decoran árboles en México y en el mundo. Cada esfera guarda dentro un poco de esa esperanza que renace después de los días de los muertos, un recordatorio de que la vida continúa y que siempre hay motivos para celebrar.

Las calles empedradas de Tlalpujahua se llenan de colores y sonidos. En cada taller artesanal, hombres y mujeres soplan, pintan y decoran con paciencia infinita. No hay máquinas que reemplacen sus manos, porque cada esfera es única, hecha con amor, fuego y aliento. Al observarlas brillar bajo el sol, parece que dentro de cada una se conserva una chispa de los altares de noviembre, una promesa de luz para los días por venir.

Este pueblo mágico no solo fabrica adornos: fabrica emociones. Caminar por sus calles en diciembre es sumergirse en una tradición viva que combina arte, historia y comunidad. Desde hace más de medio siglo, las familias de Tlalpujahua han convertido la fragilidad del vidrio en símbolo de fortaleza y unión.

Así, entre el final del Día de Muertos y la llegada de la Navidad, Tlalpujahua nos recuerda algo esencial: que el brillo más puro nace siempre del alma, y que incluso del recuerdo puede brotar la esperanza.

Tlalpujahua: el pueblo donde nacen las esferas que guardan la Navidad

En el corazón montañoso de Michoacán, entre calles empedradas y tejados color arcilla, se encuentra Tlalpujahua, un pueblo que parece vivir dentro de una esfera de cristal. Aquí, el aire huele a pino, a madera húmeda y a pintura recién aplicada. Aquí, cada noviembre, el tiempo se detiene para dar paso a una tradición que brilla incluso en la penumbra: la fabricación artesanal de esferas navideñas.

Un pueblo de navidad que antes fue de oro

Que Tlalpujahua sea conocido en México como el pueblo de la eterna navidad, es relativamente reciente. Desde finales del siglo XIX, la mina Dos Estrellas, ubicada a las afueras del poblado, fue uno de los yacimientos de oro y plata más prósperos de toda Latinoamérica, con una producción total de más de 145.000 kilos de oro y 2.338.000 kilos de plata. Pero la bonanza terminó en 1959, cuando las empresas mineras decidieron parar la producción y cerrar las puertas cuando se agotaron los metales. “Las personas emigraron y los que se quedaron tuvieron que encontrar una nueva fuente de empleo”, cuenta Salazar.

Joaquín Muñoz, un habitante de la comunidad nacido a finales del siglo XIX, fue el primero en introducir la artesanía de cristal soplado a Tlalpujahua. “Llegó con varias muestras de esferas de Estados Unidos y nosotros tuvimos que arreglárnoslas para aprender”, cuenta José Adán Marín. En cuatro días tuvo que aprender el oficio, que le valió varias quemaduras. Posteriormente formó parte de la fábrica de esferas artesanales más grande de Latinoamérica, que cerró en 1970 tras la muerte de Muñoz, su fundador.

Pero el cierre de esta fábrica no fue el final de las artesanías navideñas, sino todo lo contrario. Varias familias comenzaron a abrir pequeños negocios para preservar la tradición y competir contra las grandes fábricas de esferas que se producen en serie.

Fue entonces cuando este hijo del pueblo, Joaquín Muñoz Orta, regresó de Estados Unidos con un oficio aprendido entre fábricas de adornos navideños. Con unas pocas herramientas, sopletes y tubos de vidrio, enseñó a sus vecinos a crear magia con fuego y aire. Aquella chispa se convirtió en llama: la industria artesanal de las esferas de Tlalpujahua había nacido.

El arte de soplar la Navidad

Entrar a uno de los talleres es presenciar un ritual. Los artesanos soplan el vidrio con una concentración casi mística; el tubo incandescente se estira, se infla, se curva. Cada esfera es un pequeño universo transparente que más tarde será pintado, barnizado y decorado con manos que conocen el pulso del detalle.

No hay dos iguales: unas reflejan la luz como gotas de rocío; otras llevan paisajes, estrellas o flores doradas. Cada pieza encierra horas de paciencia y años de tradición.

Para crear las esferas, se siguen varios pasos. Se inicia con la fundición del vidrio que los artesanos adquieren en forma de tubos alargados. Estos se calientan a cientos de grados centígrados bajo un soplete para posteriormente darles forma con el aliento. En este proceso se le puede dar varias formas al vidrio, ya sea como las clásicas esferas o como gotas alargadas, dependiendo del tipo de guirnalda que se quiera crear.

Posteriormente se realiza un proceso de plateado con nitrato de plata y agua caliente que produce el efecto “mágico” que brinda el color dorado o plateado a las bolas. Esta coloración es indeleble al agua y resiste la luz y el calor de los focos navideños.

Después se pueden pintar o decorar con miles de colores y formas, que van desde flores de nochebuena o grecas que se revisten de brillantina o bien, se le colocan grabados con personajes de dibujos animados o logotipos de equipos de futbol. Finalmente, se realiza el corte de la pata de cristal y se coloca el casquillo para que se puedan colgar en el árbol y se empacan para su venta.

Entre tradición y modernidad

Hoy, Tlalpujahua exporta millones de esferas al año y su fama ha cruzado fronteras. Aun así, el proceso sigue siendo artesanal, transmitido de generación en generación. Las familias trabajan juntas en pequeñas fábricas donde los hijos aprenden el arte del soplado mientras los abuelos pintan motivos de antaño.

Durante la Feria de la Esfera, que se celebra cada otoño, las calles se llenan de visitantes, música y colores. Es un espectáculo de luz y memoria: un homenaje al trabajo manual que ha hecho del pueblo un símbolo de esperanza.

La esfera como metáfora

Más allá de su brillo festivo, las esferas de Tlalpujahua cuentan una historia de resiliencia. Cada una refleja no solo el resplandor de la Navidad, sino también el espíritu de un pueblo que supo reinventarse. En ellas habita la memoria de los mineros, la creatividad de los artesanos y la certeza de que la belleza puede nacer del fuego y el vidrio frágil.

Feria de la esfera
Cada año, celebran su tradicional Feria de la Esfera, el lugar donde podrás encontrar miles de diseños de esferas hechas a mano, llenas de tradición, esfuerzo y orgullo familiar. Durante más de dos meses, más de 300 expositores transformarán al pueblo en un universo navideño con miles de diseños de esferas únicos, desde los clásicos en rojo y dorado hasta propuestas innovadoras que mezclan arte y modernidad.

Desde finales de septiembre hasta el próximo 15 de diciembre, podrás visitar y vivir toda la magia de Tlalpujahua y su Navidad eterna. NO ESPERES A QUE TE LO CUENTEN!

Tlalpujahua no solo fabrica adornos: fabrica sueños que viajan colgados de un pino, iluminando hogares en todo el mundo.

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